Clash Royale y Tony Stark
Hace una semana me instalé, llegando elegantemente tarde a la moda como si fuera Oscar Wilde en una reunión de la alta sociedad británica, Clash Royale. La culpa fue de una guardia en el instituto donde trabajo: podéis imaginar que, a estas alturas del curso, los alumnos están ya bastante cansados de todo, y cuando falta un profesor lo último que quieren es que ese momento de breve fantasía de descanso se vea interrumpida por un suplente que mande trabajos aleatorios con la única motivación de tenerlos entretenidos y sin hacer ruido.
Y teniendo en el bolsillo todo un mundo de entretenimiento.
Es muy fácil, desde nuestro podio de cuarentones, criticar a la juventud actual y su falta de atención, que si es que están enganchados al móvil todo el día, que si no saben aburrirse, que si en nuestra época teníamos más disciplina, pero lo que no teníamos en nuestra época era otra opción. A saber dónde habrían quedado Verne, Swift, Poe o Schiller si la estantería con los viejos libros de mi padre hubiera tenido que competir con Google Play… Y claro, que el profe nos ha dicho que podemos adelantar deberes o estudiar para los exámenes de la semana que viene, pero estamos ya a quinta hora y las palabras de los libros se mezclan y se hacen ilegibles, y no tardan en aparecer esas miradas furtivas de mal delincuente que no hacen sino poner al guardián sobre aviso de que el sujeto está a punto de intentar algo no permitido. Sé que las ganas de sucumbir son muchas porque yo mismo no veo la hora de llegar a casa y terminar de pintar los imperiales de Blood Bowl, y no me sorprende en absoluto cuando poco después veo al primero de ellos, en lo que cree una muestra magistral de sigilo, mirando embelesado hacia abajo con las manos ocultas por el pupitre. Podría hacer una advertencia general, recordar que el uso de móviles en centros educativos está prohibido, marcarme quizás una escenita a lo sargento de hierro de esas que tanto gustan escuchar quienes nunca han estado en el lado malo de una de ellas, pero me decido por otro curso de acción.
Me acerco sin miedo a que mis intenciones sean descubiertas antes de tiempo porque la pantalla está captando toda la atención de mi objetivo, aunque el resto de la clase nota que algo va a pasar y quedan en silencio, expectantes, esperando el espectáculo de una bronca o una expulsión, quizá incluso un parte, quién sabe, convirtiendo la clase por unos segundos en un circo romano. Un rápido vistazo a la pantalla me muestra unas torres y soldados, dragones, esqueletos apareciendo de la nada y dirigiéndose alegremente hacia ellas, combatiendo entre sí cuando sus caminos se encuentran.
-Eso es el Clash Royale, ¿verdad?
El chaval da un respingo y levanta la mirada. Las tropas de su oponente comienzan a atacar sus torres.
-Em… Sí, bueno… Perdón, profe, yo…
-No he jugado nunca, ¿de qué va?
Si hay algo capaz de absorber a un friki más que enfrascarse en su afición, es hablar de ella.
Me cuentan (porque el resto de la clase tarda poco en unirse a la conversación, aclarando algunos puntos o remarcando otros) que es, en esencia, un juego de cartas. Tienes cartas que representan a criaturas, héroes o hechizos, y antes de la partida haces un pequeño mazo con ocho de esas cartas, cada una con sus puntos fuertes y débiles, y las vas utilizando para intentar destruir la torre central de tu oponente. Les pregunto si se parece a Magic, pero no lo conocen. Cambio la referencia a Hearthstone y entonces me dicen que sí, pero que las partidas son más cortas y que puedes mejorar tus cartas. Me hablan de que tienen un clan y que compiten con otros clanes y entrenan juntos y se comparten mazos. Y lo hacen con sonrisas en la cara y los ojos brillantes: no me hablan de algo que hagan para pasar el rato, sino de algo que les encanta. El resto de hora se pasa en un suspiro.
Esa misma tarde estaba instalándomelo.
El tutorial es rápido y te deja claros los conceptos básicos, tal cual me explicaron aquellos chicos. Al poco tiempo estaba ya escogiendo cartas según su valía y versatilidad, abriendo los cofres que conseguía con mis (escasas) victorias y cruzando los dedos para que salieran las cartas que quería mejorar. Las suscripciones premium y la posibilidad de comprar gemas, cofres y demás objetos de juego estaban ahí, pero sin molestar demasiado, y solo puedes abrir un cofre cada cierto tiempo, con lo que lo de pasarte horas seguidas jugando tampoco te va a salir muy rentable: igual que Wordle, Clash Royale no quiere que juegues durante horas, sino que juegues frecuentemente. A diferencia de Wordle, eso sí, esa frecuencia no es forzada (puedes jugar aunque no tengas espacio para guardar más cofres, solo que vas a recibir menos premios), pero sí que tiene un punto de tentación: como los cofres básicos tardan tres horas en abrirse, querrás entrar en la aplicación cada tres horas para sacarles el máximo jugo.
Durante los días siguientes estuve disfrutando del juego, probando las cartas nuevas a ver cuál era la óptima para cada situación, fijándome en los mazos de mis oponentes por si podía sacar alguna lección, entrando en un clan ayudando en lo que podía sin, lo confieso, acabar de enterarme del todo de qué iba la cosa… Y pensando en el juego cuando no estaba jugando.
Cualquier lector de Marvel te dirá que la mejor saga de Iron Man es El demonio en la botella, en la que Tony Stark se enfrenta al alcoholismo, pelea en la que llega a perder su empresa y verse durante una época viviendo en la calle. Nuestro héroe acabó recuperando el control de su vida, pero desde entonces tiene la lección aprendida: después de la primera copa, es mucho más fácil perder la cuenta.
Por suerte, yo nunca me he visto en la tesitura de tener un imperio multimillonario que perder y la sustancia de la que he estado más cerca de abusar ha sido la cafeína, pero sí que tengo que vigilar mucho en qué gasto mi tiempo. Porque es un recurso finito y tengo tendencia a derrocharlo en tareas veniales. Centrar mi atención en cualquier cosa hasta el punto de olvidarme del mundo a mi alrededor es mi demonio en la botella, y trato de tener cuidado y escoger aquello que me deje mejor de como era antes, que me haga aprender algo, compartir tiempo con mi gente o a veces, simplemente, que sea capaz de recordar al día siguiente.
En estos días que he pasado metido en Clash Royale he dejado otros juegos aparcados, he pasado viajes de metro abriendo cofres en lugar del libro que llevo siempre conmigo para los trayectos y he pronunciado más de una vez “en un minutito estoy contigo”. A cambio de todo eso, no me he llevado nada digno de contar más allá de este artículo. Y, como el artículo ya está escrito, he desinstalado el juego.
Que tal Betote.
Muchas gracias por el artículo. Es verdad que los jóvenes de hoy tienen multitud de cosas en que entretenerse de manera individual, lo que conlleva a tener poca interacción con otras personas en el mundo real. Ahora, los maestros tienen que luchar contra los celulares por captar 5 minutos de atención de sus alumnos. Además, dado que mucha información esta en Internet, ¿por qué deberían de ponerle atención a su maestro? Al respecto, uno también está expuesto a caer en las redes del entretenimiento inmediato. A pesar de contar con cursos de administración del tiempo y consejos de la gente altamente efectiva, me he visto algunas veces sumergido en actividades no tan productivas y al mirar el reloj se han pasado 2 horas fácilmente. Te felicito por tu fuerza de voluntad por descargar la aplicación. Yo, por el contrario, mejor no la instalo y me evito la tentación de ver que se han pasado más de dos horas en un abrir y cerrar los ojos.
Saludos
Yo también caí hace poco en Clash Royale… y ahí sigo.
La verdad es que me lo tomo con calma e intento no echar muchas partidas seguidas. Lo cierto es que soy tan manta que después de perder dos o tres veces seguidas lo dejo frustrado. Pero siempre vuelvo…
No soy ningún experto en videojuegos pero creo que está muy bien hecho y cumple perfectamente su función. De momento, me lo quedo (bajo estricta vigilancia de no dedicarle más tiempo del necesario).
Por cierto, ya me hubiese gustado tener un profesor como tú en el colegio/instituto (y no los tuve malos pero ninguno con tanta empatía).