1984 y el SEO
Aquellos que conocen la Historia, dice el refrán, están condenados a ver cómo los que no la conocen la repiten sin poder hacer nada por evitarlo. Hace 100 años, coleando aún las repercusiones de una guerra que asoló Europa y de una pandemia en cuya gestión prevalecieron los intereses económicos y políticos frente a los sanitarios, la gente se vio por un lado ansiosa de vida y por otro harta de los gobiernos que parecían esforzarse por arrebatársela. Y no quiero destriparle a nadie la película, pero digamos que la cosa no acabó demasiado bien.
Eric Arthur Blair, que para cuando la cosa explotó ya había adoptado el seudónimo de George Orwell, tuvo bastante claro que una vez todos los demás caminos habían sido bombardeados, no quedaba otra que echarse un fusil al hombro y ponerse a matar fascistas, porque alguien tenía que hacerlo. Puede que no tuviera todo el éxito que habría querido, pero se le agradece el esfuerzo. Y como no hay mal que por bien no venga, gracias a haber sido testigo de primera mano de los errores y horrores de los regímenes totalitarios que se convirtieron en tendencia sin necesitar que los entrevistara Pablo Motos ni nada, escribió esa obra maestra que es 1984, sin la cual no tendríamos MasterChef ni Jersey Shore. Si levantara hoy la cabeza para ver el legado que nos ha dejado, seguro que no podía evitar que se le escapara una lagrimita.
En 1984, Winston Smith, funcionario empleado en el Ministerio de la Verdad, pasa sus días corrigiendo los libros de Historia para que sus datos se correspondan con lo que el Partido decida que ocurrió en realidad. En la novela vemos a Winston dudar, desengañarse, rebelarse, escapar y reincorporarse al sistema opresor, que no deja ningún espacio al pensamiento libre. Y si aquí estás pensando que así es exactamente como funciona ese partido al que no votas y porque así lo cuenta tu periódico habitual, es que no has entendido absolutamente nada.
En cualquier caso, uno de los puntos que discute la novela, y que siempre me ha llamado especialmente por deformación profesional, porque la cabra tira al monte o porque quizá estaba especialmente receptivo cuando lo leí, es el del concepto de la neolengua, o la utilización del lenguaje como herramienta de control de masas. La teoría principal, resumiendo y simplificando mucho, es que si utilizamos el lenguaje como modo de expresar nuestro pensamiento, simplificando el lenguaje se simplifica también el pensamiento, llegando hasta el extremo de que, si se eliminan los mecanismos para expresar un concepto concreto, resulta prácticamente imposible que la mente lo asimile. En definitiva: si se controla cómo se expresa la gente, se puede controlar cómo piensa.
Y ahora, como has leído en un artículo de ese mismo periódico que te decía que son los del otro bando los que intentan controlarte, estarás pensando en cómo seres oscuros de perversas intenciones te quieren imponer tal palabra o prohibirte decir tal otra y, una vez más, te encontrarás mirando al dedo y perdiéndote la luna. Porque sí, el peligro está ahí, y sus consecuencias resultan cada vez más visibles, pero lo que resulta quizá más aterrador es que no es obra de ningún tirano o sociedad secreta, sino de un algoritmo.
SEO son las siglas de “Search Engine Optimization“, es decir, el conjunto de características y estrategias que tiene que tener un sitio web para aparecer con mayor frecuencia en los motores de búsqueda. Estos motores, al presentárseles una petición, muestran en primer lugar los resultados que según sus estándares se adaptan mejor a lo que el usuario está buscando y le va a ser más útil. El problema es que, como todo sistema de reglas desatendido, siempre hay quien le encuentra el fallo, y a partir de ese momento toda estrategia consiste en la explotación de ese fallo. Y lo que no tiene mayor importancia cuando se trata de conseguir más puntos jugando a Stone Age, cuando lo que se regula es qué tipo de contenido se le muestra a la gente más habitualmente y cuál resulta enterrado y condenado al olvido la cosa se pone más seria.
La primera trampa es la más fácil de ver, claro: los sitios más populares son los que se muestran con más frecuencia y en mejor posición. Y si bien podemos pensar que, desde un punto de vista utilitarista es lógico y hasta deseable que cuando busquemos, por ejemplo, un juego de mesa, las primeras páginas que nos aparezcan sean la de la editorial y BoardGameGeek, creo que no es ninguna locura decir que es algo que tiende a perpetuar las posiciones hegemónicas y silenciar las voces minoritarias. Es el mercado, amigo. Pero, por perverso que sea, quizá por ser lo esperado no me alarma tanto como otra cuestión más sutil y quizá más peligrosa.
Porque, aparte de la cuestión cuantitativa de enlaces y citas de la que, por cierto, también sufre el entorno académico con su h-index y sus gatos autores de trabajos sobre física, tenemos una serie de guías de organización interna, de trucos para que nuestra humilde página escale posiciones en la jerarquía del SEO, y ahí es donde poco a poco nos vamos amoldando a esta neolengua, a base de empujoncitos, palos y zanahorias. Y basta con mirar en cualquier página que ofrece servicios de mejora de posicionamiento, o incluso en los propios correctores “para SEO” que tienen los editores de texto que ofrecen las plataformas de blogs o plantillas para sitios web: la tiranía de las palabras clave (perdón, keywords), entradillas, la prohibición en la práctica del uso de los sinónimos o los deícticos que perjudican la relevancia, los grilletes de los párrafos cortos y la ausencia de subordinadas para facilitar la lectura: la obligación, en definitiva, de escribir mal si es que quieres ser leído, y sin tener siquiera la decencia de hacerlo por maldad.
Queda, por supuesto, la opción fútil de la dignidad personal. Asumir que tu sintaxis es rebelde y antisistema, tomar el fusil de los pronombres y las conjunciones y, sabedor de que te estás condenando por ello a la irrelevancia, dejar que el discurso fluya como pida su contenido y no como las matemáticas lo ordenan. Buscar en los rincones algo que merezca la pena leer fuera de la selva de oraciones cortas y repetitivas que te dicen que quieres consumir, mientras aún queden. Refugiarte en los viejos amigos que aún ponen la belleza por encima del rédito, acurrucarte y esperar ese momento, inevitable, en el que tú también acabes amando al Gran Hermano, porque ese periódico que te dice qué pensar sí sigue las normas.
¡Qué gran artículo! De lo mejor que he leído últimamente.
Como traductor, me he enfrentado a un problema similar durante toda mi carrera. Casi todos quieren un lenguaje sencillo, sin vericuetos, por lo que en algunos casos perdemos la genialidad o la buena labor del autor.
Y cuando, por el contrario, viene la tentación de arreglar un texto horrendo, remendándolo en la traducción.
Gracias por pasarte 🙂
Muy buen artículo, que buena reflexión. Muchas gracias por tu tiempo y dedicación.
Gracias a ti por venir a pasar un ratito por aquí 😉
Interesante reflexión y muy acertada además. Enhorabuena!
Betote, este desgarrado recordatorio merece una sonrisa y, quizá, abrazo.