Vacío

Se despertó de golpe, como si acabara de salir de una pesadilla. Se enderezó e intentó recordar cuál de sus sueños habituales había tenido esta vez la culpa, en vano. Tampoco mostraba las señales normales en estos casos: el pulso no estaba acelerado, ni tampoco lo cubría aquel sudor frío que producían las pesadillas más angustiosas. Nada.
Esa era tal vez la mejor palabra para describir cómo se sentía en aquel momento: nada. Se encontró vacío, incapaz de emoción o reacción alguna. Curioso, retrocedió mentalmente hasta los momentos que más lo habían conmovido anteriormente: la muerte de sus padres, su boda, el nacimiento de su primer hijo… Nada. Recordaba aquellos instantes como quien descubre un álbum de fotografías ajeno: lejanos, intrascendentes. Ni siquiera la posibilidad de no volver a sentir nada jamás logró estremecerlo.
Tal vez así sea mejor, pensó, protegido del dolor para siempre, salvado del miedo a la muerte, de los celos, de la rabia, y todo a cambio de otras sensaciones que, vistas desde donde ahora se encontraba, tampoco parecían tan importantes. Descubrió que su vida no tenía ya ningún sentido, pero era incapaz de sentirse aterrado por ello.
La voz por la que antes habría dado la vida susurró a su lado:
— Cielo, ¿estás bien? Son las cuatro de la mañana. ¿Has tenido otra pesadilla?
— No, no es nada. Vuélvete a dormir, amor; todo va bien —la mentira brotó sin dificultad de sus labios.

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