Ubongo: algo no encaja del todo bien.
Grzegorz Rejchtman, 2003 – Kosmos (Devir)

Mi reto personal: no mencionar al T****s en ninguna parte de esta reseña.
No voy a sorprender a nadie a estas alturas si os digo que los factores que más pesan para mí a la hora de que un juego me guste o no son la carga narrativa (es decir, que la partida que juegue me cuente una historia) y su potencial para la interacción (o sea, que lo que yo haga afecte en mayor o menor medida a lo que hagan los demás jugadores). La cantidad y calidad de las decisiones que tomo también es un punto importante: en general puedo admitir un juego de esos de ir moviendo cubitos de un lado para otro en tu tablero si puedo investigar y explorar con mis acciones y ver qué pasa si hago X en lugar de Y. Ubongo, para que os vayáis haciendo a la idea, no tiene narrativa, interacción ni decisiones. Pero ni pizca de ninguna de las tres cosas.
Y me encanta.

Ubongo Calatrava Edition.
Aunque, tengo que reconocerlo, un poquito de trampa es, que soy niño de los 80 y esto de encajar piececitas a ver si lleno los huecos tiene en mí el tirón que tiene en toda mi generación, que no me he instalado el Candy Crush porque sé que sería el final de mi ya más bien escasa vida social. Y es que Ubongo te ofrece sencillamente eso: te dan unas cuantas fichas, te dicen la forma que tienes que rellenar y se le da la vuelta al reloj de arena. Te llevas puntazos por ser el primero en terminar y puntitos siempre que lo hagas dentro del límite de tiempo y ya. También tiene el atractivo de gritar ¡Ubongo! cuando terminas, que algo de liberador lleva consigo.
Una partida de Ubongo no tiene más interacción, en realidad, que una competición a ver quién termina antes un Sudoku, y los peligros son los mismos: al final, el jugador que tiene más desarrollada esa capacidad (visión espacial en este caso, competencia matemática en el segundo) es el que gana y chimpún y, aunque pueda ser muy satisfactorio para el ganador que le den su medallita, que te recuerden luego que no eres tan listo como Fede suele sentar regular. Las ediciones antiguas de Ubongo (en España, las que vienen con el sello de Homoludicus) intentaban arreglarlo con varios niveles de dificultad para que el gafotas de turno haga el lado chungo y los simples mortales el fácil, además de con un sistema de mayorías de cristalitos que ibas consiguiendo por un camino en el que cambiabas de carril según lo rápido que resolvieras el puzle que nunca me acabó de convencer, entre otras cosas porque los colores de los cristalitos en cuestión no eran precisamente aptos para daltónicos.

Que yo me juego un Twilight Struggle tan a gusto, pero veo esto y entro en bucle.
En la última edición, ya con el sello de Devir, mantienen el modo loser con las losetas de dos caras y los cristalitos siguen estando ahí, pero han adoptado el sistema de puntuación de otros juegos de la saga (que lo hay con hexágonos, en tres dimensiones y la versión de Star Wars que está ya anunciada, porque por qué no), que te da un cristal de mayor valor si eres el primero, uno regulero si eres el segundo y uno al azar para todo el que termine que sí, es aleatorio a más no poder, pero le da un poquitín de emoción al asunto y hace que la partida no parezca tan decidida cuando un jugador empieza a sacar algo de ventaja.
Vamos que, contra todo pronóstico, Ubongo es un “juego” que recomiendo, al menos, probar si te gustan los puzles espaciales como Mutant Meeples y que funciona muy bien con un público no acostumbrado a juegos más complejos o como final de velada. Luego, si estás regular de lo tuyo como yo, también puedes sacarlo estando a solas y mirar a ver cuántos puzles eres capaz de resolver en X tiempo, pero luego no te quejes si nadie quiere jugar contigo por abusón.
Te gustará si: tuviste una Game Boy.
Lo odiarás si: crees que, para esto, mejor una Game Boy.
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