«Todo arde» y las patatas de Julián

No es exactamente que le tenga miedo a volar: es que no acaba de gustarme. Lo prefiero con mucho al coche, soy consciente de las estadísticas que lo encumbran como medio de locomoción rápido y seguro y es uno de los lugares en los que ser bajito y tener las piernas cortas supone una ventaja real, pero no puedo decir que disfrute viajando en avión. Como ir al dentista o a la compra, me agrada lo que consigo una vez concluido el proceso pero, mientras este dura, no soy un Betote feliz.

Lo bueno es que intento seguir los consejos del templo de Apolo y me conozco bastante bien a mí mismo, por lo que ya voy prevenido y preparado para pasarme el tiempo en mi lugar feliz que, sorprendiendo a absolutamente nadie que me conozca lo más mínimo, suele consistir en negro sobre blanco. Y, en el caso de mi último viaje, me decidí por dejarme llevar un poquito por las modas y echarle un vistazo a la última novela del chico este que hace de pedante en dos de mis podcasts de cabecera y se peleó hace unos años en Twitter con Alejandro Sanz. Así fue que me vi, al tiempo que la señal de abróchense los cinturones se encendía, leyendo las primeras palabras de Todo arde.

Algo curioso me pasó con esta novela, lo suficientemente curioso como para decidirme a escribir una reseña para analizar mis sensaciones sobre ella –porque, no nos engañemos, una reseña siempre habla más de quien la escribe que de su supuesto objeto–. Y es que Todo arde es ante todo un best-seller de manual, que sigue una fórmula bien estudiada y más cinematográfica que literaria a la hora de presentar los personajes, desarrollar la trama y mostrar los diálogos, incluyendo todos los tropos del cine de atracos a lo Ocean’s Eleven desde la reunión del equipo a los planes que fallan cuando parecen tener éxito y tienen éxito cuando parecen fallar, incluyendo los momentos de sé que sabes que iba a pensar que pensarías esto y las frases citables como la emblemática No estoy loca, estoy hasta el coño que me sorprende no haber visto aún en forma de camiseta. Y yo, que me he visto todas las películas de Marvel, que engullo los programas de comida y reformas de casas y que nunca digo que no a una partida de Catán, a la hora de leer no he sido capaz de pasar de las primeras páginas de Crepúsculo, El código Da Vinci ni, en general, la gran mayoría de los libros que se cuelan en las listas de más vendidos. Pero, sin embargo, en este caso me vi pasando página tras página y, lo confieso, disfrutando la lectura.

Y no fueron los méritos de la novela como thriller, que los tiene, sino precisamente las partes en las que fallaba al salirse del esquema y pretender, casi siempre sin éxito, resultar graciosa, profunda u original, las que me mantenían enganchado y me sacaban sonrisas nada irónicas. Porque ahí estaba viendo al escritor que sabe lo que tiene que hacer para tener éxito y vender ejemplares, pero al que aún le quedan ilusión y ganas de hacer las cosas a su manera, como mi amigo Julián que vende patatas fritas artesanas y de vez en cuando me ofrece probar una remesa que ha espolvoreado con sal de ajo, pimentón y orégano. Y en la primera patata agradeces la novedad, pero con la tercera empiezas a ver por qué las patatas de churrería no llevan tanta especia. Y aun así te terminas el puñado y le pides una bolsa para llevarte, porque aunque no sean las mejores patatas que hayas probado en tu vida son las de Julián, y no puedes esperar a la próxima vez que os veáis y te hable del día en el que les echó cilantro y descubrió a las malas que eso de que hay un porcentaje de la población al que el cilantro le sabe a jabón era verdad. Porque a lo mejor Julián no es la mejor persona del mundo, con dos cervezas de más hace algún comentario que te hace poner los ojos en blanco y sabes que lo de empeñarse en no aceptar tarjeta tiene menos que ver con las comisiones del banco que con algún apaño que otro en la cuota de autónomos pero, a pesar de sus defectos, o quizá más a causa de ellos, no puedes evitar pensar en él como, en el fondo, un buen tío.

Si algo puedo echarle realmente en cara a Julián y en lo que no veo cómo puede hacer para compensar por ello, es ese vicio suyo de no existir más que como recurso argumentativo para esta reseña, pero supongo que nadie es perfecto, y ni Julián ni Juan se escapan. Y es cuando este último hace referencias a discusiones de Twitter que cree más globales y memorables de lo que fueron en realidad, o cuando enumera frases de anuncios intentando el guiño, y especialmente cuando decide entregarse a la intertextualidad y se siente tan orgulloso de cómo ha encajado un elemento de tal serie, película, tebeo o novela que no puede evitar señalártelo con el dedo para que le reconozcas el mérito que me arranca las sonrisas más sinceras y lo reconozco como uno de los míos, de los nuestros, y en esa sensación reconfortante y casi tribal se me olvida un poquito más que estoy encajonado en una silla cinco centímetros demasiado estrecha dentro de un cilindro de metal disparado a varios kilómetros de altura, que es de lo que se trata.

2 Comments on «Todo arde» y las patatas de Julián

  1. Pues igual ya sabía que tenía un libro con ese nombre, o quizás fue la mención a su papel en los podcasts, pero mientras leía este artículo no podía parar de pensar que le iba que ni pintado a las dos obras que había leído de él. Tal cual, además. Incluyendo tus notas más subjetivas.

    Excepto en la parte de disfrutarlo, que a mí no me dio para eso.

    • Yo es que iba muy convencido de que me iba a encontrar con un thriller de plantilla, y las salidas de tono son lo que me han ganado. Entra en la rueda de lecturas para desengrasar 😊
      Gracias por pasarte y comentar 😘

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