Sospechosos Inhabituales: Saludando en el portal.
Paolo Mori, 2015 – Cranio Creations (EDGE Entertainment)
Sí, ya sabemos que tú no eres de esos. Jamás te has cambiado de acera, ni has decidido caminar más deprisa o sentarte en otra parte del autobús; no te has echado mano a la cartera para ver si seguía ahí, sólo por asegurarte, no porque no te gustara la pinta de alguien que está cerca de ti. Nunca has pensado que ésta va buscando guerra por su vestido o su maquillaje ni, por supuesto, has echado ojo al examen del de al lado porque llevaba gafas y seguro que se lo sabe mejor que tú. Eso de juzgar a alguien por su aspecto es algo muy feo, y cada vez que has hecho alguna de esas cosas no era por eso sino por otra cosa, que tienes un amigo muy amigo que es tal y cómo vas a ser tú cual.
Pero, ¿sabes qué? Resulta que, excepto tú, todos los demás lo hacemos, aunque nos avergüence e intentemos que no sea así o, al menos, que no se note. Y aquí viene Paolo Mori con su Sospechosos Inhabituales a dejarnos sin excusas, obligándonos no sólo a no disimular nuestros prejuicios sino a hacerlos explícitos, a intentar razonarlos en lugar de mantenerlos ahí guardaditos en nuestro subconsciente, donde asumimos que no le van a hacer daño a nadie o, al menos, no nos lo van a hacer a nosotros, que ya nos vale.
Sospechosos Inhabituales podría considerarse una mezcla entre Código Secreto y Cartas contra la Humanidad, con una pizca de Quién es Quién, en el que un jugador intenta que los demás adivinen el personaje secreto a base de responder sí o no a preguntas del estilo ¿Utiliza el transporte público? o ¿Es una persona religiosa? y que los demás vayan eliminando sospechosos basándose en nuestras respuestas, y claro, no tenemos más pista para deducir estos datos que las fotos de las fichas policiales de nuestros sospechosos, con lo que no nos queda otra que recurrir a nuestro cuñao interior e intentar que esos cuñaos se entiendan entre ellos. No es un juego para llevar a una primera cita.
Y aquí es donde tenemos tanto la principal cualidad como su mayor pero: Sospechosos Inhabituales puede ser muy divertido, catárquico casi, si nos lo tomamos como un ejercicio de ironía y que incluso nos puede servir para darnos cuenta de los prejuicios que tenemos sin ser siquiera conscientes de ellos. Por otro lado, invariablemente habrá situaciones en las que este juego pueda dar lugar a miradas incómodas, tanto cuando alguien se venga muy arriba a la hora de soltar lindezas cual familiar borracho en cena de Nochebuena como si las situaciones y argumentos se vuelven demasiado reales para alguien que los haya vivido en primera persona (aunque también diré que las preguntas están escogidas con cierto cuidado para evitar elogios de Bertín Osborne), con lo que se convierte en uno de esos juegos que hay que tener cuidado a la hora de elegir con quién los sacamos.
Hay un par de variantes que no vienen en el reglamento oficial pero que hemos estado probando y han dado bastante buenos resultados: una consiste en ignorar las cartas de pregunta y que sean los propios jugadores quienes las formulen. Aquí hay que tener cierto cuidado a la hora de determinar qué preguntas se permiten y cuáles no, pero si todo el mundo está en la misma página le añade muchos puntos a la diversión. La otra variante sirve para evitar esas situaciones incómodas de tener que adueñarte de tus propias respuestas, y es hacer que el testigo rolee sus respuestas, metiéndose en el papel de un votante de Donald Trump, un hippie trasnochado o un personaje de cine o televisión y responder lo que crea que su personaje diría, poniendo de esta manera una barrera entre el prejuicio y el jugador.
Y, consideraciones sociológicas aparte, ¿funciona Sospechosos Inhabituales como juego? Y la respuesta aquí es un rotundo sí. Quizá no sea para jugar muy a menudo porque, como podía pasar con Dixit o Mysterium, a base de ver siempre las mismas caras (quizá la mayor pega del juego es que necesitaría muchas más caras para asegurar la rejugabilidad) se pueden llegar a crear personajes en torno a esas caras, con lo que es fácil hacer trampas sin darse cuenta (y la gorra -totalmente inútil- que viene en la caja no tiene nada que ver con ello), pero en sus dosis justas y controlando la compañía nos puede dar muy buenos momentos e, incluso, hacernos recapacitar y convertirnos en mejores personas. Para que luego digan que los juegos de mesa no valen para nada.
Juego proporcionado por Generación-X.
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