Reseña: Loony Quest
En Loony Quest, cada jugador lleva a un héroe sacado de los dibujos del Equipo Actimel que intenta pasar las distintas pantallas (en un sentido bastante literal de la palabra) de un mundo a base de trazar líneas, círculos o puntos en una lámina transparente. Un turno de juego va así: se revela la lámina a superar, se determinan los objetivos (que van a ser unir varios puntos con un trazo, rodear elementos o “marcar” objetivos con un punto), y cada jugador tiene treinta segundos para realizar esos trazos en su lámina, fijándose en la central e intentando ser lo más correcto posible. Una vez hecho esto, se superpone cada lámina transparente con la central para ver qué tal lo ha hecho cada uno, y se consiguen o restan puntos en consecuencia. Tras seis pantallas, el jugador con más puntos ha ganado.
¿Y ya está? Pues, básicamente, sí. Hay algunas fichas de bonificación o penalización que entran en juego cuando algún trazo pasa por el dibujo correspondiente y que pueden hacer que en la siguiente pantalla algún jugador tenga que dibujar manteniendo una ficha en equilibrio, con los brazos estirados y cosas así, que le dan el puntillo “party” y la interacción justa para que no sea un simple solitario multijugador pero, a la hora de la verdad, el juego es una competición bastante directa de coordinación ojo-mano. Y puede que para ti, acostumbrado a calcular el modo más óptimo de gestionar recursos para conseguir puntos de victoria, versado en las artes de la negociación más implacable o curtido en mil batallas de cartoncitos y muñecos de plástico, te parezca una chorrada, pero lo que no se puede obviar es que es una chorrada muy divertida.
Loony Quest está pensado para jugarlo con niños a partir de 8 años, y a esas edades funciona como un reloj: las ilustraciones que recuerdan a un videojuego de plataformas, la explicación sencilla e intuitiva sin excepciones ni interrelaciones complejas y el punto físico que añaden las fichas de bonificación y trampa son la receta para que cualquier chaval se lo pase pipa durante la media hora escasa que dura la partida, y las competencias en juego son del tipo que pueden unir a niños y adultos jugando en la misma mesa sin necesidad de hándicaps ni de que nadie “levante la mano” para evitar frustraciones. Ni que decir tiene que también es muy divertido con un grupo de adultos lo suficientemente maduros como para no tomarse a sí mismos demasiado en serio.
Si se le puede achacar un problema a Loony Quest puede esta en el terreno de la rejugabilidad: el juego básico viene con 42 láminas (más dos “fases de bonus”), divididas en 7 mundos, lo que da para 7 partidas antes de empezar a repetir lámina. Se puede arreglar un poco la cosa teniendo en cuenta que, dependiendo de dónde estés sentado y desde qué punto estés mirando cada lámina, la experiencia es ligeramente distinta, y podría funcionar el seleccionar las láminas al azar para evitar que nos acostumbremos a realizar los trazos óptimos, pero aun así no es un juego para sacar todos los días. Sin embargo, es un excelente juego de “fondo de armario” que sacar de vez en cuando para recordarnos que no todos los juegos tienen que ser siempre acerca de lo mismo.
Lo mejor: un desafío fresco y original, además de increíblemente intuitivo.
Lo peor: si eres de jugar muchas partidas seguidas, se te va a quemar rápido.
Juego proporcionado por Generación-X.
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