Reseña: Kingsport Festival
Lo primero que me veo en la obligación de hacer es darle un buen tirón de orejas a Stratelibri por el despropósito de decisiones a la hora de fabricar el juego: desde los cubitos de madera para los recursos con los mismos colores que las fichas de algunos jugadores a las losetas de cartulina delgadota que se supone que son la parte central del juego, pasando por el tablero en el que sí, las ilustraciones de los distintos edificios están chulas, pero como hay que taparlas con las fichas que dicen qué narices hace cada uno de esos edificios, al final no se ven, parece que hayan tomado cada una de las decisiones de producción bajo el criterio de “¿qué resulta más incómodo y confuso de utilizar?”. Pero puede que ellos mismos hayan sido víctimas de la pérdida de cordura que provocan los Primigenios, así que a lo mejor es hasta temático y todo. O metatemático, que tiene que molar más a la fuerza, porque es más difícil de pronunciar.
En Kingsport Festival somos líderes de una secta maléfica que quiere ser la predilecta de los Dioses Arquetípicos cuando llegue el momento del Festival en el que el Fin de los Tiempos llegue y todo el mundo sea devorado, torturado y enloquecido (no queda muy claro en qué orden) por criaturas de más allá del tiempo y el espacio. Y para ello vamos a tirar dados y usar cubitos de madera, que a los Dioses Arquetípicos es lo que más les va: ya os dije que eran extremadamente malvados.
Las diferencias con Kingsburg son mínimas, pero las justas para que no se trate simplemente del mismo juego con dibujos distintos: en primer lugar se han cambiado los cubitos marrones, grises y amarillos de madera, piedra y oro por otros negros, morados y rojos de muerte, maldad y destrucción (aunque no me queda muy claro cómo es eso de construir una biblioteca con muerte y maldad en lugar de ladrillos). También han cambiado los tableros individuales por uno central que ofrece cambios sutiles pero curiosos: en lugar de tener las filas y columnas, ahora tenemos un árbol con más posibilidades a la hora de decidir tirar para un lado u otro, lo que lleva a una mayor variedad de estrategias, y el hecho de que ahora todo el mundo vea siempre qué tiene construido cada uno sin tener que forzar la vista aumenta la sensación de competición, aunque en este caso el cambio haya sido sólo estético.
Pero hay otros cambios: el que a mí me llama más la atención es la característica de cordura, por su condición de nivelador; en Kingsburg teníamos el problema de que un jugador que repitiera tiradas de 17 y 18 una tras otra iba invariablemente a reventar a otro que no pasara del 5, y eso así se ha aliviado, aprovechando para meter un poquitín de tema por el camino: los dioses más poderosos te vuelven más lóquer, y llega un momento en el que no tienes cordura suficiente para convocar su favor, con lo que de vez en cuando tendrás que gastar dadetes en la casilla de recuperar cordura y darles un respiro a los jugadores con tiradas más bajas. También hay cartas y eventos que benefician a los jugadores más cuerdos, con lo que siempre hay que tener un ojo puesto en la salud mental.
Otro detalle es el de los conjuros y los puntos de magia, que una vez más añaden carga temática y un punto de imprevisibilidad que le va muy bien a un juego lovecraftiano. Hay tres tipos de conjuros que hacen tres tipos de cosas distintas: trastear con los dados, darte puntos de victoria o recursos por el morro o matar investigadores.
Por último, un detalle quizá menor pero que se agradece por la variedad que aporta es el tema de los escenarios: en lugar de jugar siempre del mismo modo, en cada partida se saca una carta de escenario que indica en qué turnos atacan los investigadores (que son los orcos o los zombis de Kingsburg, con algún detallito adicional como sucesos que tienen lugar en ese momento o habilidades especiales que hacen más difícil combatirlos), pero también pueden añadir alguna regla adicional que hace que no puedas estar siempre jugando del mismo modo. Cosas parecidas se veían en la expansión To Forge a Realm del juego original, pero aquí son un poco menos determinantes, más un toque de especia que un chorretón de ketchup.
Como juego, no cabe duda de que Kingsport Festival funciona a todos los efectos como una segunda edición revisada de Kingsburg, arreglando algunos de los puntos más ásperos del original. Por otro lado, el cambio de temática es suficiente como para hacerlo menos apto para un público familiar o para que algún aficionado que esté un poco harto de ver a la Gran Sepia en todas partes tuerza un poco el morro cuando se lo propongan. Yo de momento me quedo con los dos, y ya veremos cómo hacemos espacio en la estantería.
Lo mejor: lima algunas de las cosas más mejorables de Kingsburg.
Lo peor: las decisiones de producción y diseño gráfico podrían haber sido mejores.
Compra Kingsport Festival en Generación-X.
Deja un comentario