Reseña: Cards against Humanity
Lo primero es lo primero: el juego, como tal, es más bien poca cosa. Básicamente es Manzanas con Manzanas, en el que un jugador lee una tarjeta y los demás le dan otra para que escoja su favorita, pero cambiando el tema de relacionar nombres y adjetivos por chistes de pedos: mientras que en el original teníamos cartas como “hamburguesas” para las que se jugaban “sabroso”, “artificial” o “capitalista”, aquí tenemos “Lo que me la pone más dura es…” y se juegan “tu abuela en tanga”, “bukkake interracial” o “Auschwitz”, lo que hace pensar que se pueda tratar del método que usan los guionistas de Padre de Familia para seguir sacando capítulos. El que juega la carta que le hace más gracia al que está haciendo de juez ese turno gana un punto, y se juega hasta que la gente dice “basta” y se levanta de la mesa.
No hay otro modo de verlo: Cards Against Humanity es un “juego” muy entre comillas, que no requiere el más mínimo esfuerzo (se puede jugar soltando cartas al azar y el resultado es prácticamente el mismo) y que se basa únicamente en el valor de impacto de esas combinaciones. Alguna vez se ha dicho que es un juego sobre crear chistes bestias, pero no sería del todo cierto: es un juego sobre retuitear chistes bestias.
Y ahí es donde viene el problema: ¿hasta qué punto es este tipo de humor algo sano y cuándo empieza a convertirse en un ejercicio de discriminación? ¿Es el humor, como la pornografía, algo que simplemente se reconoce cuando se ve, o hay unas reglas que indican con qué se puede hacer bromas y con qué no? En torno a este tema giraba la reseña de SU&SD, y es algo que hay que tratar sí o sí cuando hablamos de este juego.
Sería muy hipócrita por mi parte decir ahora que Cards Against Humanity es un juego terrible que nadie debería jugar cuando yo mismo me he reído mucho con él, e incluso lo he recomendado en más de una ocasión. Pero también sería un ejercicio de cabezonería bastante inútil negar el hecho de que hay gente que se pueda sentir ofendida o herida por el contenido de estas cartas, y muchas veces no es cuestión de decidir no ofenderse: puede ser bastante difícil distanciarse cuando todo el mundo se está riendo de un “chiste” que resulta estar reflejando uno de los momentos más traumáticos de tu vida: no todos somos varones blancos heterosexuales completamente sanos y productos de infancias felices y familias tradicionales.
Por otro lado, el hecho de que un chiste sea ofensivo, sexista o racista no hace que quien se ría con él comulgue con sus ideas, sino que puede ser una risa catártica, un mostrar que ciertas ideas nos resultan tan ajenas que simplemente expresarlas nos produce risa. Eso, y que cualquier cosa que hable de pedos, penes y tetas es tronchante por naturaleza. Pero, ¿cómo explicarlo? ¿Cómo diferenciar esa risa de la de “es gracioso porque es verdad”? Y aquí mi respuesta es clara: entorno controlado.
Del mismo modo en que hay gente con la que jamás jugaría a Dead of Winter porque la diferencia entre cómo ven ellos y cómo veo yo una dinámica semicooperativa puede arruinar la experiencia para ambos, Cards Against Humanity es algo que sólo voy a jugar en un entorno relajado en el que todos somos conscientes de que estamos intentando ser disparatados, irreverentes y exagerados, no dando rienda suelta a nuestros demonios internos y, en esas ocasiones, me seguiré riendo con “Canal Historia presenta: Michael Jackson, la historia de hacer el gilipollas delante de los niños.” o, al menos, hasta que las cartas comiencen a repetirse y lo dejemos para ponernos a jugar a Interferencias, Dixit o Say Anything que, aparte de ser igual de divertidos si no más, nos presentan un mínimo reto a la hora de jugarlos.
Te gustará si: te gusta el humor burro de Padre de Familia, Torrente y similares.
Lo odiarás si: alguno de los temas que pueden salir te hace sentir incómodo, o si lo juegas con gente a quien no conozcas.
A mi este tipo de juegos me resulta indiferente. Es un ‘pssse’.