Reina Roja y el FOMO

Uno de los rituales cotidianos más habituales en nuestra sociedad es el de elegir serie para ver durante o después de la cena. Hace no tantos años no resultaba difícil: uno veía lo que le ofrecían cada día, y con eso ya estábamos arreglados, e incluso teníamos la ventaja adicional de que esa elección nos arreglaba la conversación del café al día siguiente. Hoy la oferta es mucho más amplia: elegimos qué queremos ver y cuándo lo queremos ver, dentro de los límites que nos marca nuestra situación económica o nuestra habilidad con las plataformas de intercambio de archivos. Y, sin embargo, al final acabamos todos viendo lo mismo al mismo tiempo.

No es casualidad, desde luego, que esta semana, aprovechando que terminábamos con el décimo Doctor y se nos abría un hueco entre temporada y temporada, después de escuchar a David Tennant decir su «I don’t want to go» hayamos comenzado a ver Reina Roja, la serie número uno en Amazon Prime en el momento en que escribo y basada en el best-seller de Juan Gómez-Jurado. Mis impresiones son, de momento, las que esperaba del autor de Todo arde poniéndose a versionar El silencio de los corderos, pero tampoco importa mucho: más que deciros qué me parece la serie, me apetecía hablar sobre por qué la estoy viendo.

Estoy viendo Reina Roja porque tratar de ser siempre uno mismo es agotador, y me parecía una rendición bastante asumible para recuperar fuerzas y seguir luchando. Pero en un plano más profundo o superficial, según gustos y puntos de vista, estoy viendo Reina Roja, como la mayoría del mundo, para haberla visto.

Esa es una de las paradojas de lo que se entiende como FOMO, también conocido como fear of missing out o directamente ansia viva, una de las fuerzas motoras de la sociedad tardocapitalista que consiste en producir en el consumidor (importante no referirse en estos casos a la gente como gente o personas, no vayamos a provocar un indeseable deje de empatía que nos estorbe en nuestra meta) la ansiedad continua de no estar aprovechando su tiempo de manera correcta. Vamos a morir pronto, y la mayor parte de nuestro tiempo la tenemos ya comprometida, así que hay que darle a esas pocas horas que nos restan un uso correcto. Y como intentar descubrir nuestros propios gustos es un derroche inasumible, dejamos que otros nos digan qué es lo que nos gusta. Y hay que consumirlo todo, antes de que se le vayan las vitaminas.

Este es el principio por el que se rigen los proyectos de micromecenazgo, cada vez menos micro, más exitosos: compra ya, paga ya, all-in, que luego no vas a poder tenerlo e imagínate que resulta que es tan bueno como decimos y tú te lo has perdido, cómo vas a perdonarte nunca. Deja ese juego que tanto te gusta, que le has echado ya cuatro partidas y salió hace al menos cuatro años, y prueba este otro, ¿y si resulta que es mejor y nunca lo sabes por no probarlo? ¿Y si cuando descubres que te gusta ya lo han descatalogado? Cómo tienes tan poca vergüenza de querer ver esa serie cuando a ti te apetezca y a tu ritmo, que si las cifras de la semana de estreno no son lo suficientemente altas seguro que la cancelan y nos quedamos todos sin segunda parte por tu culpa, pedazo de egoísta.

Pero lo peor, si me preguntáis a mí, no es eso: tener limitada la elección cultural es algo a lo que tuve la suerte de poder acostumbrarme de niño: si quería leer, estaba la estantería con los volúmenes de la Biblioteca Básica Salvat de mi padre; los tebeos a mi disposición era los que podía cambiar por 25 pesetas en la tienda de chuches de la Luisa; para jugar, cualquier cosa que admitiera la baraja manoseada con el logo de Caja Madrid en el dorso. El problema es que esta obsesión actual no premia ver, leer o jugar, sino haber visto, haber leído o haber jugado. Nos han robado no solo la ilusión del descubrimiento, sino el disfrute del acto.

Y ese es un crimen que no se puede perdonar: robar tiempo, porque es un recurso muy limitado, porque ni siquiera sabemos cuánto tenemos, solo que, llegado el momento, se nos va a acabar y no nos es posible conseguir más. Cada segundo es precioso, y si me piden que no me entretenga con las misiones secundarias del Breath of the Wild porque tengo que terminarlo para empezar el Tears of the Kingdom, si me aconsejan ponerme esta serie a 2x para llegar pronto al capítulo del que se están haciendo los memes y evitar que me la destripen, si Goodreads me recuerda que empecé con Drácula hace más de tres meses y a este paso me va a estropear la media del desafío de lectura de este año, me están diciendo que el tiempo que paso jugando, viendo o leyendo no tiene valor. Y no me quiero dejar asesinar así.

Mi mecanismo de autodefensa es echar el freno deliberadamente. Si adoro Root, ese juego será el que proponga para la quedada de los martes, y si no da tiempo a echar después esa partida a la novedad de la semana, pues ya se verá la que viene. Si quiero alargar la agonía de la pobre Lucy, hoy leo un par de capítulos nada más y entre sorbo y sorbo de té me releo los párrafos más intensos. Encontrar huecos para echarles un ojo a los clásicos y seguir a partir de ellos y hacia donde me lleven mis caprichos, digan lo que digan los algoritmos de Google, Bezos, Zuckerberg o Musk. Volver a educarme y redescubrir mis gustos a los cuarenta y, porque la alternativa me aterra demasiado para contemplarla.

Pero la lucha por la propia vida no es siempre fácil. Uno corre el riesgo de caer en el esnobismo de rechazar todo lo nuevo solo por ser nuevo, de considerarse mejor o más culto solo por buscar en estanterías polvorientas en lugar de en la bien iluminada sección de novedades, de quedarse atascado y no avanzar. Y, por otro lado, el embate del enemigo es constante y si luchamos por el derecho a disfrutar no podemos caer en el hastío. Para ganar la guerra, hay que perder batallas, incluso adrede.

Esta semana, acompañando la cena, le concedo una tregua al sistema. Pero que no se confíe: después la guerra continúa. Me va la vida en ello.

5 Comments on Reina Roja y el FOMO

  1. Interesante y necesaria reflexión. La vida se nos ha llenado de FOMO, y de prisas. Y es un coñazo. Hace años que no veo series (creo que la última que seguí hasta el final fue Mujeres Desesperadas, y al final me la compré en DVD para no tener que estar pendiente de la tele). No tengo ni una plataforma de pago. Amazon prime me cae fatal, no tengo tanta prisa en que me llegue nada. Y los micromecenazgos de juegos me tuvieron «medio» enganchado (aunque nada de cosas carísimas), y bastantes de los que compré ni los he estrenado. Y en la vida en general, estoy hasta las narices de tener que programarla con semanas o meses de antelación. Para ir a un bar/restaurante, no vayas sin reserva. Las vacaciones de verano, prepáralas en marzo (o mucho antes, según el destino). Y por supuesto, no dejes ni un minuto de tu vida sin planes superestupendos. No vaya a ser que acabes dando un paseo por el barrio.
    Pues eso.

  2. Carlos de la Cruz // marzo 11, 2024 en 6:43 pm // Responder

    Estoy de acuerdo: ni yo ni nadie puede comprar todo lo que se ofrece ni ver todo lo que merece la pena ser visto, ni leer todo lo que ya tenemos comprado.

    Pero el caso es que voy bastante bien en ese sentido: ya he asumido que la oferta cultural es inabarcable en una sola vida humana y desde entonces vivo mejor. No hay prisa. Total, incluso si lo leyese/viese/escuchase todo, en un año se crearía una cantidad igualmente inabarcable de contenido. O sea, que es imposible estar al tanto de todo.

    Hay que dejarse llevar por la corriente o encontrar una islita, sentarnos y ver pasar las nubes.

  3. Encantado de volver a leer un artículo tuyo después de tanto tiempo. Nunca había comentado antes, pero me ha alegrado ver una nueva entrada en el blog, así que lo menos que podía hacer era expresarlo aquí por escrito.

  4. Felicitats per l’escrit: molt encertat i clar. Gràcies!!

  5. Cada entrada tuya es un oasis de lucidez en el desierto. ¡Qué pluma, señor!

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