Brandon Sanderson y las líneas en la arena
Le preguntaban al anciano de las montañas cuál era su secreto para vivir una vida larga, saludable y plena. El anciano respondió: «lo primero y principal es que nunca discuto con nadie». El entrevistador, contrariado, le espetó: «hombre, no puede ser por eso». Y claro, el anciano no pudo decir otra cosa que: «pues no será».
No sé si ésa será realmente la clave, pero intento hacer como que sí y reducir el tiempo que paso, si no discutiendo, al menos explicándoles a otros por qué ellos están equivocados y yo tengo razón, rehuyendo dentro de mis posibilidades sobre todo cualquier conato de pelea a través de redes sociales y foros, que ya he tenido suficientes para tres o cuatro vidas. Es uno de los principales motivos por los que he dejado abandonada mi cuenta de Twitter, que se ha quedado para anunciar las entradas nuevas del blog, y me he pasado a Mastodon, donde, al menos de momento y quizá por el simple motivo de haber menos gente, se está bastante más tranquilo y hay bastante menos bilis suelta. A ver lo que dura.
Y no es una simple cuestión de evolución personal, sino por encima de todo un resultado de lo que estoy viendo cada vez más frecuentemente con un proceso de creación de frentes y trincheras, de definirnos como enemigos de lo otro, de demostrar nuestra pureza como miembros de un bando a base de denunciar cualquier desviación y acusar de lo que sea y a cuantos sea de pertenecer al otro, porque ser uno de los trescientos espartanos es muy heroico si los persas son más, y es el imaginarnos como héroes contra un enemigo innumerable lo que hace que al mirarnos al ejemplo veamos un valiente en lugar de un simple matón: cuanta más gente en contra, mejor, y más nos reafirmamos en que estamos en la dirección correcta, porque como nos informamos por tuits y tiktoks seguimos creyendo que fue Cervantes quien escribió lo de “ladran, luego cabalgamos”.
Hace unos días, un periodista decidió publicar en Wired una crónica dedicada a Brandon Sanderson, en la que no paraba de preguntarse cómo podía tener tanto éxito un escritor tan malo, tan mormón y tan aburrido en el trato. Y no está mal decir que una obra o todo un autor no te gusta —no seré, precisamente yo, quien vaya a defender ahora la teoría del si algo no te gusta, lo elegante es callártelo y menos aquí, donde sería tan fácil encontrar ejemplos de lo contrario—, pero es que el autor de la crónica, en su búsqueda, afirma haber estado en una convención dedicada al escritor preguntándoles a sus mismos fans por la cuestión. Y una cosa es que opines que el bebé sea feo, pero otra distinta es comentárselo a sus padres.
Sorprendentemente, a la gente a la que le gusta Brandon Sanderson hasta el punto de pagar por ir a una convención dedicada a sus obras no le parece que sea mal escritor, con lo que el periodista tomó la única opción lógica: cargar contra esa gente, señalarlos y gritar “mira el friki pálido y gordo, qué va a pensar éste si es imbécil”. Y a partir de ahí, todo es cuesta abajo, todo mal: que si le echa sal al ramen, que si no sale de fiesta, que si no sé si he mencionado que es mormón… Disparos al aire a ver si acierta en alguna parte, todo por no poder admitir que algo que no le guste personalmente a él pueda en cambio gustar a otros.
No soy el mayor fan de Sanderson y su fantasía cómoda, pero reconozco su mérito igual que reconozco que a mucha gente le gusta jugar a Los castillos de Borgoña, y tampoco voy a negar que el tipo me inspire cierta simpatía, entre su ritmo y ética de trabajo, su afición a Magic y su imagen de ser, con las cartas sobre la mesa, alguien que simplemente tiene mucha pasión por lo que hace y se dedica a ello procurando no llevarse a nadie por delante en el camino. Su propia réplica en Reddit al asunto es una muestra, como mínimo, de elegancia. Por mucho que haya otras cosas en las que no esté ni pueda estar de acuerdo con él.
¿Y qué hago si veo algo que no me gusta, callarme? Por supuesto que no. El lenguaje es una herramienta que usamos para cambiar el mundo, y para ello es imprescindible que expresemos nuestras opiniones, pero quizá deberíamos plantearnos antes, en primer lugar, si esas opiniones son realmente nuestras o nos las ha modelado un algoritmo y, en segundo, qué pretendemos conseguir, porque por mucho que le gritemos al cajero del Mercadona no vamos a lograr que baje el precio del hummus, e insultando a alguien por amar algo lo único sobre lo que esa persona va a cambiar su opinión a peor es sobre nosotros.
Me gustaría decir que tengo claro adónde quiero llegar con estas líneas, pero creo que lo único que tengo claro es adónde no quiero llegar, adónde me temo que vamos con el discurso cada vez más enfrentado en todos los ámbitos y las posturas cada vez más claras y más irreconciliables: ojalá podamos dar marcha atrás, aunque lo veo muy difícil, y recuperemos aunque sea la capacidad de discutir de verdad, como intercambio de ideas, admitiendo la posibilidad de ser convencidos por el otro y llegar a un punto de entendimiento en lugar de limitarnos a tirarnos piedras cada uno a nuestro lado de la línea que hemos marcado en la arena.
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