Las mil y una noches: un cuento muy largo
Tales of the Arabian Nights – Anthony J. Gallela, Eric Goldberg, Kevin Maroney y Zev Shlasinger, 2009 – Z-Man Games (Devir)

Prepara la carretilla.
Cuenta la leyenda que un malvado sultán, como venganza contra el género femenino en particular y la inteligencia humana en general, decidió que la reacción más proporcionada a encontrarse a su esposa haciendo cositas con otro señor era buscar cada día a una muchacha virgen, casarse con ella y mandarla ejecutar al día siguiente. Muy lógico todo, efectivamente. Todo así hasta que Sherezade, a lo Katniss Evergreen, se presentó como tributo para casarse con el sultán en cuestión. Tras la boda, Sherezade le pidió al sultán que le permitiera despedirse de su hermana, la cual le pidió un último cuento. Nuestra heroína comenzó a relatar, y cuentan que sus dotes como narradora eran tales que el sultán, al llegar el alba, decidió postergar la ejecución hasta escuchar el final de la historia y Sherezade, que se olía la tostada, procuraba repetir la jugada todas las noches, alargando el cuento para llegar a la noche siguiente con la cabeza pegada al cuello. Pasadas las proverbiales mil y una noches de cuento, el sultán decidió que para qué las prisas y que a lo mejor eso de matar a una persona cada día para vengarse de su ex era un pelín excesivo. Y Sherezade se quedó con él porque el síndrome de Estocolmo es lo que tiene.
En Las mil y una noches nos convertimos en un personaje de los cuentos de Sherezade dispuesto a recorrer el mundo en pos de la fama y la gloria (o del sino y la historia en este caso). Y claro, ya diréis “otro juego más de mover el muñequito por un mapa matando orcos”, y tendréis razón sólo en parte porque aquí, al igual que ocurría en la leyenda original, el camino es mucho más importante que la meta. Que sí, que hay un objetivo y al final de la partida un jugador dirá “he ganado”, pero como te sientes a la mesa pensando en estrategias y competición, el chasco que te vas a llevar va a ser fino.
El desarrollo del juego es sencillo: en mi turno muevo mi muñeco, saco una carta y tiro un dado. Según la carta, el lugar del mapa en el que esté y lo que haya salido en el dado se consulta una matriz y el jugador de al lado me dice algo así como: “te encuentras con un viejo loco: ¿lo atacas, lo sigues, lo evitas, lo seduces o le robas?”. Yo tomo mi decisión y el jugador que está a mi otro lado busca un párrafo en un libraco bien gordo, me lo lee y, según las habilidades que tenga mi personaje, me cuenta qué pasa y si obtengo más (o menos) puntos de historia, sino o riqueza. Si ese párrafo me dice que gano una habilidad nueva, un tesoro o un estado (que puede ir desde algo bueno como “bendito” o “visir” a terribles destinos como “herido”, “maldito” o lo que es peor, “casado”), cojo la carta o la ficha correspondiente y ya. Pasa el turno al siguiente jugador, el libraco y las matrices cambian de manos y se repite la secuencia, así hasta que alguien haya conseguido la cantidad de sino e historia que se había propuesto al principio, lleva a su muñeco a Bagdag y dice “chicuelos, he ganado”.

Si eres de comprar juegos al peso, estás de suerte.
Es curioso cómo un juego que en teoría tiene tantas decisiones (en cada encuentro siempre puedes hacer un porrón de cosas distintas) luego, en realidad, produce muy poca sensación de agencia. Las mil y una noches no es un juego en el que hagas cosas, sino en el que te pasan cosas. Pero eso no quiere decir que sea un mal juego, ni mucho menos: cuando terminéis la partida o la paréis porque han llegado las pizzas, vais a estar un buen rato hablando de aquel momento en el que Juanito bailó tan bien que enamoró a un genio que lo hizo prisionero, o cómo escuchar a un viejo chiflado durante horas le creó a Marga una zozobra interna de la que sólo pudo librarse peregrinando a la Meca. Y qué queréis que os diga, a mí esa clase de charla me parece mucho más entretenida que hablar de cuántos puntos de victoria habrías sacado de haber comprado la carta B en lugar de la loseta Z.
Pero no todos los cuentos tienen un final feliz, y Las mil y una noches también tiene sus sombras. En primer lugar tenemos el comentadísimo tema de las erratas que, en esta edición en español, consisten en un error en las cartas de encuentro de ciudades que las hace un poco más difíciles de situar en el mapa, junto a una carta repetida, de lo que Devir ya se ha hecho eco y prometido solución (aquí el enlace). El segundo problema es una cuestión de logística: si bien el sistema de encuentros y matrices le da una variedad y rejugabilidad difíciles de conseguir de otra forma, también es verdad que es un latazo irse pasando los libros en cada turno y que, al final, pasas más tiempo mirando tablas y buscando páginas que haciendo cosas, y no podía evitar pensar todo el tiempo que todo ese jaleo se habría arreglado estupendamente con una aplicación para móvil.
En cualquier caso, este Las mil y una noches consigue exactamente lo que pretende, y es que cada partida sea una aventura totalmente distinta y loca. Puede que no sea tan inmersivo como Sherlock Holmes: detective asesor, o que la sensación de control sea menor que en Arkham Horror, pero como generador de historias, o más bien como versión en juego de tablero de los libro-juegos estilo Elige tu propia aventura, estamos ante un título muy difícil de superar. Eso sí, reserva 2-3 horitas y procura que no os juntéis más de 4 a la mesa.
Lo amarás: cuando relates las aventuras de tu personaje o decidas seducir al profeta borracho.
Lo odiarás: si intentas planteártelo como una competición o prefieres tener aunque sea un poquito de control sobre tu destino.
Juego proporcionado por Generación-X.
Muy chula esta reseña. Y contestando a tu comentario de la app, algo parecido ha hecho un usuario de LaBSK:
http://labsk.net/index.php?topic=154079.msg1567906#msg1567906
Opino en todo exactamente igual… y con la app gratuita vas infinitamente más rápido… pero está en inglés 🙁
Buena la reseña, aunque el primer parrafo donde hablas del cuento las mil y una noches, yo lo habría resumido en una sola frase.
Pues a mi me gustó el primer párrafo…