La inteligencia artificial y los listos de siempre
Empezó como el juego tonto del momento: una página en la que escribías una descripción y recibías a cambio varias imágenes bastante locas que se ajustaban o no a esa descripción, y entonces podías mandarles a tus colegas por WhatsApp un dibujito de Donald Trump besando a Cthulhu o de Grogu montando sobre Fújur. Esos dibujines no valían demasiado, tenían una pinta borrosa y los colores no acababan de encajar, pero para la broma ya nos valía.
El siguiente paso ya nos la colaba más a menudo, las imágenes parecían creadas por un artista real hasta que te ponías a contar dientes o dedos, pero de lejos daban el pego. Y empezaron a salir artistas afirmando que su arte consistía en saber dar las descripciones correctas para que el producto final (porque producto es el mejor nombre para llamarlo) saliera tal y como deseaban, como si decirle al camarero que el filete lo quieres al punto fuese una forma de cocinar, y otros preguntándose por qué esos productos se parecían tan sospechosamente a ilustraciones creadas por ellos u otros, y cuánto de inteligencia había en esa llamada inteligencia artificial que en su proceso de aprendizaje parecía haberse fijado un poquito de más en los métodos creativos de Lucía Etxebarría.
Y mientras nos fijábamos en ese dedo, en la Luna de la que pasábamos olímpicamente vieron que sí, que cantaba mucho en cuanto te fijabas, pero que para crear contenido rápido que aguantase el tipo lo justito para que el contador de visitas subiera y el centimillo de la publicidad se ingresara en cuenta ya valía y desde luego salía mucho más barato que pagarle a un redactor o a un dibujante, así que entre eso y que de repente con una I y una A subías unos cuantos puestos en el escalón de Google que, aunque es cada vez más espacio publicitario y cada vez menos escaparate de información, seguimos usando porque el propio Google nos afirma que es mejor que cualquier otra alternativa y a quién vamos a creer si no, el volumen de basura generada en segundos y contribuyendo al ruido se ha multiplicado en los últimos meses hasta un nivel difícil de soportar.
Así serían los meses del año si fueran supervillanos según una IA; cómo sería El padrino interpretado por zanahorias según una IA; estos son los libros que debes leer según una IA; así es la raza superior, nos revela la IA; Skynet no va a detonar el armamento nuclear porque somos tan idiotas que no le va a hacer falta para destruirnos: le va a bastar con decirnos qué pasos tenemos que seguir para hacerlo nosotros mismos.
Hace meses hablaba de los peligros del SEO y cómo premiaba la mediocridad para enterrar lo complejo, lo difícil, lo necesario. Hoy la corriente contra la que había que luchar se ha convertido en vendaval, y vemos cómo por cada reportaje con meses de investigación detrás tenemos en la página principal del medio en el que se aloja veinte titulares inanes regurgitados en la Thermomix de píxeles en minutos compitiendo por los clics y ganando esa competición sin siquiera despeinarse un bit. Revistas literarias cierran la recepción de originales hartas de vetar churros de ChatGPT, el nuevo oráculo que por otra parte responde sin rubor alguno (porque no tiene epidermis que colorear) a preguntas como a qué huelen las nubes o a qué partido debería votar mezclando datos y ficción tan indistintamente como acrítica es la mente en la que se graban esas respuestas. Autores que antes ya sufrían por autopublicarse en diversas plataformas desisten ante la avalancha de sucedáneos puestos ahí a ver si cuelan porque para qué más. El algoritmo de Spotify nos dice qué hemos de escuchar; los de YouTube y TikTok, qué queremos ver, y los que hace dos años nos querían vender enlaces a dibujos de monos fumando y hace uno nos ofrecían su nueva criptomoneda hoy nos intentan convencer de que el producto de pulsar dos teclas vale lo mismo que lo que hicieran Pratchett, Le Guin o Vonnegut.
La trampa, como siempre, está en lo fácil y tentador que resulta: para qué voy a estar dos años escribiendo esa novela que llevo incrustada en la mente si puedo pedirle a ChatGPT que me la escriba mientras me preparo un té para tomármelo mientras la leo; esas horas diarias en la mesa de dibujo las puedo emplear de mil maneras si las sustituyo por ajustar las indicaciones que le tengo que dar a Midjourney. Y al asumir eso, le restamos valor a lo que otros hacen, claro: cómo voy a pagar tanto por una traducción que puedo hacer copiando y pegando el texto en la aplicación adecuada y dándole tres retoques; en qué momento me quieren cobrar por ilustrar una portada que la IA me apaña en dos segundos. Convertimos el arte en un bien de mercado y nos quedamos con la marca blanca, sin darnos cuenta de que esos céntimos que ahorramos nosotros son millones que les regalamos a los de siempre.
Los autores de ciencia ficción más optimistas pensaban que la tecnología llegaría a desarrollarse tanto que se acabaría por ocupar de todos los trabajos repetitivos y tediosos dejándonos tiempo para dedicarnos al arte y la belleza. Los más pesimistas nos esclavizaban a esa tecnología sin dejarnos tiempo para dedicarnos al arte y la belleza. Ninguno fue tan cruel como para pensar que la tecnología iba a monopolizar y sustituir al arte y la belleza, dejándonos el tedio a nosotros. Y lo peor es que nos estamos dejando, simplemente porque a cuatro listos les viene bien cargarse todo lo que nos hace humanos para ganar una cantidad de dinero ligeramente más obscena que la del periodo anterior.
Con el cariz que están tomando las cosas, la revolución será lúdica o no será. Cada partida a nuestro juego favorito rodeados de nuestros amigos que no emitamos en streaming ni fotografiemos para Instagram, cada tertulia improvisada ante un café durante el descanso del trabajo en la que nadie mire el móvil, cada libro de nuestro autor favorito que releamos para enfrentarlo a la persona que somos ahora, cada película que veamos simplemente porque nos apetece y no porque sea de la que se habla ahora. Cada vez que miremos algo con los ojos críticos de un niño, dispuestos a maravillarnos y aprender en lugar de simplemente entretenernos es una pequeña batalla que le ganamos a la marea de unos y ceros que sí, puede que sean infinitos, pero lo que no saben es que nosotros somos más.
Reír como principal arma, porque es nuestra única esperanza, porque el tiempo que pasamos entretenidos bien podríamos pasarlo muertos, y ya tendremos una eternidad para eso.
Totalmente de acuerdo. Como profesional de TI me horrorizo de ver como realizan sus trabajos los jóvenes (todo a lo fácil y mal hecho) y en que pierden el tiempo los adolescentes.
Saludos y continua deleitándonos con tus entradas.