Jungle Speed: no le tenías cariño a la tele, ¿verdad?
Thomas Vuarchex y Pierrick Yakovenko, 1997 – Asmodee

Guantes fuera, despejen la habitación, escondan a los niños… ¿empezamos?
Todo el mundo tiene alguna historia de terror en la que Jungle Speed está presente. Y cuando digo todo el mundo no me limito a todos los que tienen colecciones de dos dígitos de juegos de mesa, sino a todo el mundo. El hecho mismo de que este juego tenga diseñadores acreditados se me antoja tan imposible como a Borges la fundación de Buenos Aires: ¿de verdad que a alguien se le ocurrió la idea de Jungle Speed, o nos vino naturalmente como el instinto de supervivencia o el culto al Sol?
Todos sabemos de qué va Jungle Speed: cada uno con sus cartas, vamos dándoles la vuelta una a una y, cuando se produce una coincidencia, esos dos jugadores tendrán que lanzarse sobre el tótem (de madera o goma, según la edición), y el último en hacerlo se lleva el montón del vencedor. Al final, el primero en deshacerse de sus cartas gana. Porque cuando algo funciona no hay por qué darle más vueltas.

Dan ganas de gritar “¡Jumanji!” y salir corriendo. Especialmente de lo segundo.
Y funciona, desde luego. Hay muchos aciertos, voluntarios o accidentales, en el diseño de Jungle Speed: la emoción de que pueda tocarte luchar por el tótem en cualquier momento que hace que nadie vaya nunca a sacar el móvil en mitad de una partida; lo parecido de muchas de las cartas que te obliga a estar siempre atento; lo primal de ese lanzarse y pelear por conseguir el trofeo (no sería ni la mitad de lo que es si tuviera un pulsador o se tratase de pronunciar una palabra); y lo inclusivo, cuando todo está dicho y hecho, que resulta un juego que se explica en menos de un minuto y para el que no hay que estudiar estrategias ni contrajugadas.
Por otro lado, también hay muchas cosas que fallan. Como decía al principio, este mismo instinto primal que le da su éxito arrasador (se venden más Jungle Speed en tiendas frikis que cualquier otro juego de mesa) lo hace también, posiblemente, el juego más peligroso en el sentido puramente físico de la palabra al que se pueda jugar: uñas, pulseras, anillos, se convierten en mazas y puñales; una mano sudorosa intentando agarrar el tótem puede transformarlo en un proyectil con una curiosa tendencia a golpear cabezas y objetos frágiles… No es un juego, en definitiva, que sea aconsejable jugar con según qué gente.
Pero quizá lo que más eche para atrás al friki medio de Jungle Speed es que, poniéndonos estrictos, no se trata tanto de un juego como de una simple competición de reflejos. Que sí, que Alquimistas puede ser una competición de lógica y Dixit una competición de pensamiento empático y aquí nadie dice nada, pero en estos al menos uno tenía la ilusión de agencia, de estar tomando decisiones durante la partida, mientras que aquí es simplemente una cuestión de estar atento y soltar la zarpa antes que los demás. Y si te llevas un cacho de carne de regalo, eso que ganas.

Espero que hayáis cenado bien, porque mañana… ¡jugamos a Jungle Speeeeeeed!
Si me preguntáis os diré que, en mi opinión, el tiempo de Jungle Speed ya pasó, al haber muchos otros juegos que utilizan mecánicas iguales o parecidas como Gloobz, Fantasma Blitz, Dobble o mi favorito del género, Capitán Flint. Incluso, si quiero jugar una ruleta rusa de robar cartas hasta que toque el susto, Exploding Kittens al menos me permite hacerlo sin temer por mi integridad física. Pero también es innegable que los datos me quitan la razón, así que yo qué sé. Me estaré haciendo viejo, supongo, o seguiré enfurruscado por tener que quitar las cartas de buscar colores (no es precisamente el juego más amigable para daltónicos, pero lo compensa no siendo amigable, en general, para nadie); en cualquier caso, Jungle Speed es un juego para casi todo el mundo, aunque no lo sea para mí.
Te gustará si: buscas un juego que te pueda proporcionar un buen chute de adrenalina.
Lo odiarás si: tú juegas a juegos de mesa para no tener que moverte.
Deja un comentario