In memoriam
Atiéndeme bien, hija de puta:
Hemos recibido tu mensaje, alto y claro. Le hemos fallado, tú ganaste. Para el mérito que tiene. Como a todos, le hiciste sentarse a la mesa, dejándole claro que las cartas estaban marcadas pero obligándolo a jugar de todos modos, porque no te basta con la victoria: quieres vernos temblar, que sintamos cada ficha que perdemos, que temamos el inevitable momento en que se acaben y te quedes con todo. Todos los abusones sois iguales, y no eres ninguna excepción.
Te escribo dando sorbos al bourbon que dejó en casa la última vez que vino, hace ya tantos años, escuchando el disco de Bowie que me descubrió, pensando en cómo habrán sido sus últimos años, desde que él dejó de contestar mensajes y yo de escribirlos, en su lucha contra la misma oscuridad que veo tantas veces tan de cerca, contra la soledad como bola de nieve que crece ladera abajo, recogiendo toda la porquería que encuentra a su paso y que siempre acaba llevándose a alguien por delante. Su solución fue alejarse, para que esa bola no nos aplastara, y el clinc clinc del hielo contra el vaso me avisa de que me tiembla la mano al recordarlo.
Odio el bourbon. Bowie me encanta.
Todos los genios tienen dentro algo que no alcanzamos a comprender, que nos da miedo, a veces con razón.
Crees que has ganado. Puede, pero ganar no es vencer.
Quedan las conversaciones de madrugada, los secretos compartidos, los abrazos, los enfados y las risas. Queda la impresión que dejó en tantos de nosotros, y no importa que quieras llevártenos, no importa que al final lo consigas. Dejándonos tan claro el resultado final, aunque creas que te haces más temible, renuncias al poder que pudieras tener sobre nosotros.
Que sí, que eres inevitable, que si tú y los impuestos, que bla bla bla. Que te calles. Que lo único que haces es aumentar el valor de los minutos, de las décadas que hay entre medias. Saber que el viaje termina hace aún más precioso el viaje. Sería todo más aburrido sin ti, por mucho que te empeñes en amedrentarnos. Además, sabemos algo que tú no sabes.
Tu partida amañada no tiene buen final para ti.
Cuando guardes la baraja, cuando por fin te hayas saciado, cuanto tu victoria sea completa, entonces será el momento de tu gran derrota: en tu apoteosis, en tu momento de gloria, no quedará nadie para recordarte.
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