El pronombre de la rosa

Todo el mundo tiene su mochila a la espalda, un conjunto de vivencias, costumbres y manías que condicionan el modo en el que vemos la realidad objetiva, tan sosa ella, y creamos la nuestra, la buena, la realidad de verdad. En mi mochila, entre otras cosas, hay algo que suele determinar, como mínimo, mi postura inicial respecto a muchos de esos temas que hacen arder las redes día sí, día también: soy una persona bastante tradicional.

Chapado a la antigua, se puede decir. Anticuado, incluso rancio a veces, como decían de aquel que no soportaba al hombre blandengue. De esos que cuando terminan una novela de hace más de cien años piensan «sí, vale, tenían sus cosas, desde luego, pero hay más de un aspecto en el que no estoy seguro de que ahora estemos mejor que entonces». Tengo la edad suficiente para estar convencido de que la música que se escucha ahora no es música sino ruido, aunque todavía quede para que me enfade si un mozalbete no me cede el asiento.

Creo que conviene dejar esto claro para que sepáis de dónde vengo cuando diga lo que quiero decir, y que podáis achacar tranquilamente al desconocimiento, la edad o la ignorancia cualquier discrepancia con los usos correctos y moralmente preferibles, en lugar de a la perversión o la maldad. Aunque también puede ser el caso. Los malvados pueden (podemos, quién sabe) ser muy sibilinos.

La cuestión es que, debido a este gusto mío por la tradición y lo que los autores de época llamarían las buenas costumbres, creo que el respeto es uno de los valores principales que deben regir la sociedad. Si no somos capaces de seguir unas normas mínimas en sociedad, no tengo ninguna esperanza por avanzar más allá. Un acuerdo de mínimos, vaya.

Es esta noción de respeto la que me lleva a intentar, cuando me presentan a alguien y en la medida en que mi pésima memoria para nombres y caras me lo permite, asegurarme de que me dirijo a cada persona de la manera en que prefiere que lo hagan. Eso incluye, pero no se limita a, nombre, diminutivo, apodo, tratamiento, lengua y, por supuesto, pronombres. Y a callarme las preguntas o injerencias sobre los porqués de esas elecciones, porque sencillamente no son de mi incumbencia y considero una falta de respeto meterme en esas intimidades. Soy consciente también de que esas preferencias pueden cambiar, y que si mañana alguien me pide que cambie uno de los parámetros que antes usaba con esa persona, pues se cambia y ya está: solo le pido que tenga la paciencia necesaria para corregirme cuando me equivoque, porque esa es la mejor manera de aprender.

Otra de las facetas de mi personalidad en la que se puede ver este carácter mío tan anticuado es el valor casi sagrado que le doy a la palabra, y más concretamente al valor de lo dicho. Vengo de una familia muy humilde, y una máxima que tengo grabada a fuego es que una persona vale lo que vale su palabra. Nunca se es esclavo de lo que se dice, sino dueño de ello, tanto para lo bueno como para lo malo. Por eso me enfurecen los intentos de modificar, blanquear o censurar a autores: no porque defienda las ideas que dejan ver sus palabras, sino porque creo firmemente en el derecho a ser juzgados por ellas tal cual fueron escritas. Traicionar la palabra ajena es una violación, un atentado infame contra el autor, sin importar a quién creamos estar protegiendo con ello.

Dicho esto, no me valen peros, excusas, acusaciones, victimismos ni señalamientos que solo confirman la debilidad y cobardía de quien los usa para evitar hacerse responsable de sí mismo cuando, basándose en un supuesto derecho pagado con dinero, un director editorial no solo se vanagloria de cometer la rastrera traición de eliminar una parte del texto de un juego (en este caso, los pronombres asignados a los distintos personajes del juego Stationfall), sino que afirma que lo hace “por no contribuir a la histeria colectiva”. Supongo que se refiere a la de aquellos pobres diablos que se hacen cruces y bufan cada vez que ven algo que amenaza la concepción limitada, pobre y triste que tienen de lo que es el mundo.

Resulta que no es la primera vez que la ceguera ideológica de esta persona afecta a las ediciones en español de los juegos de su editorial, habiéndolo hecho también en otros títulos como Fog of Love, juego sobre los vaivenes de una relación romántica o en Pax Renaissance, donde llega a cambiar el nombre de una de las potencias ante el berrinche de no encontrar Castilla, tratando ridículamente de vender tamaña bajeza como una defensa de la patria. A la patria se la defiende (si es que precisa defensa) con honor y dignidad, y una vez se han perdido ambas cualidades de una manera tan pública y notoria no hay tienda donde comprarlas de nuevo y lo que queda es, como mucho, lástima.

Es, ya lo he dicho antes, una cuestión de respeto. De respeto hacia la obra original, que como localizador te has otorgado el deber de ofrecer una versión lo más cercana posible y no dejarte llevar por tus prejuicios e histerias, eliminando todo aquello que te asusta; hacia tus clientes potenciales, a muchos de los cuales ya has cobrado por anticipado y ven ahora que han pagado por una versión cortada y censurada de lo que creían haber comprado; hacia ti mismo, porque los cimientos de tu identidad no pueden ser tan frágiles como para desmoronarse al tener que enfrentarte a la tarea de traducir un pronombre en un juego de ciencia-ficción.

Puede ser, por otra parte, que todo esto sean cosas mías, que soy demasiado tradicional y no entiendo de cómo va el mundo ahora. Me suele pasar.

Actualización: he corregido algunos errores factuales que me habéis señalado amablemente para no faltar a la verdad. Porque cuando uno se equivoca, lo suyo es reconocerlo y dar los pasos posibles para solucionar el error, no lamentarte de que te han pillado y creer que con eso lo has hecho todo. Gracias, Pablo y Gelete.

7 Comments on El pronombre de la rosa

  1. Lo que me parece flipante es que los susodichos no sólo decidan no hacer ni el intento de usar los pronombres que el autor ha decidido usar (¿para que traduces el juego si no te gusta cómo está escrito) sino que lo justifiquen diciendo que no quieren contribuir a la «histeria colectiva» que existe al respecto de este asunto de los pronombres (¡están directamente insultando al autor de la obra que han traducido!).

    Yo es que hay cosas que no entiendo por mucho que me las expliquen.

  2. Solo un apunte. Traducir y localizar son dos cosas completamente distintas; en el primer caso transcribes el texto a otro idioma con exactitud, que es lo que defiente el autor de este artículo de opinión; el segundo caso es adaptar la obra a la lengua y a la cultura del pais receptor del texto donde se permiten cambios y adaptaciones.
    Se pide la traducción de unos pronombres que no existen en lengua castellana, y además en castellano, el asignar géneros, sesan cuales fuere, se hace directamente en los propios sustantivos sin necesidad de pronombre, a diferencia de lo que ocurre en la lengua inglesa.

    • Los intentos de justificación sobran cuando el propio implicado afirma orgulloso que lo ha hecho “por no contribuir a la histeria colectiva” del uso de pronombres. Es decir, que no se ha tratado en ningún momento de una decisión técnica o de asumir la incapacidad propia como traductor o localizador, sino de un acto de censura por motivos ideológicos.

  3. “Es esta noción de respeto la que me lleva a intentar, cuando me presentan a alguien y en la medida en que mi pésima memoria para nombres y caras me lo permite, asegurarme de que me dirijo a cada persona de la manera en que prefiere que lo hagan.”

    “Traicionar la palabra ajena es una violación, un atentado infame contra el autor, sin importar a quién creamos estar protegiendo con ello.”

  4. Creo que es lo mejor que he leído de este tema. Y mira que se ha escrito…

    Gracias Betote.

  5. La editorial no debería realizar cambios en una obra que anulen o tergiversen la intención del autor. Otro ejemplo en esta linea lo realizó Maldito Games con Gaia Project, sustituyendo los nombres de las facciones alienígenas (bastante genéricos) por chistes discutibles como “Risketosos” o “Nucelares”.

    • Como asumo que todos somos adultos, no creo que haga falta ahondar en la explicación de las diferencias entre un intento más o menos desafortunado de trasladar un juego de palabras de un idioma a otro, como es el caso que mencionas, y la intención explícita de eliminar parte de un texto por motivos ideológicos.

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