El Banquete de Odín – ¡Qué festín!
Ein Fest für Odin. Uwe Rosenberg, 2016 – Feuerland Spiele (Devir)

Klemens, te echo de menos.
Siempre digo que ir a la feria de juegos de Essen a comprar no merece la pena: entre el coste del viaje, los gastos de envío cuando tienes que traerte para casa los kilos de cartón y el jaleo de colas, prisas y aglomeraciones, si lo único que quieres es hacerte con esos jugosos juegos nuevos al final no te renta. Otra cosa es que quieras ponerte hasta arriba de pretzels, salchichas y cervezaca, lo cual es una meta muy loable, pero al final todo lo que es mínimamente pasable de lo que se presenta en Essen acaba saliendo en España. Incluso lo que no lo es, que aquí se ha publicado hasta Baby Blues. Y como muestra, el hecho de que, mientras algunos aún están esperando a que suene el timbre y sea un señor que viene conduciendo un camión desde Alemania, aquí ya tenemos en perfecto (ejem) español este Banquete de Odín, el último pepinazo del señor que nos trajo Bohnanza o Agricola.
A Uwe Rosenberg se lo ha acusado mucho de reciclar ideas una y otra vez, Que si Agricola se parece mucho a Le Havre, que si Caverna es más de lo mismo… Y a ver, un poco de razón tienen, pero es que si algo funciona para qué cambiarlo, ¿no? Y sin embargo, ahí que le echó valor y nos sorprendió con Patchwork, un juego totalmente distinto a lo que venía haciendo desde hacía años y que, oh casualidad, también lo petó. Pero eso presentaba un problema: si tiene dos diseños que no se parecen en nada, ambos dándole éxitos, ¿cuál de ellos seguir? Y parece ser que la única decisión lógica era elegir no elegir.
Pues eso. El Banquete de Odín es el bacon cubierto de chocolate de los juegos de mesa, con extra de vitaminas: en siete turnos iremos colocando nuestros trabajadores, eligiendo entre 62 casillas de acción distintas, para conseguir recursos de entre 37 tipos distintos (más otros 15 únicos) y aprovechando los beneficios de alguna de las 190 cartas de oficio, todo para intentar cubrir el máximo espacio en nuestro tablero personal (incluyendo reglas especiales sobre qué podemos usar para cubrirlo, cómo y en qué orden), así como en alguno de los 8 territorios a explorar o las 3 edificaciones adicionales. También podemos dedicarnos a cultivar la tierra, cazar, saquear regiones cercanas, comerciar con ellas o dedicarnos a la orfebrería, porque nosotros lo valemos. Todo para acabar con nuestras riquezas desplegadas sobre el suelo para que todos las vean, como si fuéramos vendedores ambulantes mostrando la mercancía.
Y si estás pensando que todo esto es un pitote del quince, pues no te va a faltar razón. Tu primera partida a El Banquete de Odín va a ser la definición de la parálisis analítica, mientras piensas si te compensa usar sólo un vikingo en una casilla poco jugosa o gastarte cuatro en una casillaza que además te permite bajar una carta de esas tan ricas; si poner el dinero a tapar casillas es buena idea o no; si deberías gastarte la pasta en un barco y si ese barco lo vas a usar para cazar ballenas, saquear, comerciar o mandar señores a emigrar; si conseguir bienes básicos y luego mejorarlos o ir directamente a por los de calidad top aunque te cuesten un poco más; cuándo es el momento de pillarte un tablero adicional y cuál de ellos es el que más te compensa… Si te gusta eso de pensar hasta que te duela la cabeza, éste es tu juego.

Algún día, pequeño Olaf, todos estos puntos negativos serán tuyos.
Un punto curioso de este Banquete de Odín es que la mayoría de las cosas que vas a estar haciendo, más que darte puntos, te sirven para quitarte negativos. Tanto tu tablero inicial como los que vayas adquiriendo a lo largo de la partida (y vas a adquirir unos cuantos, que muchas formas más de sacarse puntetes no hay) van a estar repletos de casillas con un -1 ahí pintado desafiándote, y para que te compense haber conquistado Islandia tienes muchos de esos -1 que tapar. También verás dibujines de recursos que, si rodeas del todo con losetas, minerales o dinero te van a ir dando ese bien cada turno, y casillas de ingresos que querrás tapar para aumentar tu capital, pero que tienes que hacerlo siguiendo un orden concreto y bastante estricto: no es simplemente cuestión de pillar losetas y plantarlas en el tablero, sino que vas a tener que pensar también por dónde empezar, qué tablero llenar antes si tienes varios y a qué dedicar tu atención antes.
Por no olvidar, que estamos en un juego de Uwe, que hay que dar de comer a nuestros vikingos cada turno. Aquí estamos ante un juego blandito (al menos en lo que respecta a esta fase), ya que difícil va a ser que, con la cosecha gratis que te dan en varios turnos y algo que hayas ido sacando de aquí y allá, acabes pasando hambre, a diferencia de Agricola en el que te pasas media partida al borde de la inanición, pero tiene su coña el modo de llenar el (otra vez) puzle del banquete, con eso de que si usas el mismo tipo de alimento varias veces le vas a sacar menos provecho que si usas siempre alimentos distintos o de tener que alternar entre verdura, carne y darles un eurete para que se compren algo, que esto de saquear y descubrir territorios es muy duro y hay que mantener una dieta equilibrada.

¿Tienes un par de horitas para destroquelar a gusto?
Y los puntos, ¿de dónde sacamos los puntos? Pues del dinero que nos haya sobrado, las vaquitas y ovejas que tengamos, una limosnita si hemos robado la corona inglesa y, sobre todo, de los barcos que hayamos enviado a emigrar y los tableros adicionales que hayamos adquirido a lo largo de la partida. Es curioso este contraste entre la libertad abrumadora de cosas para hacer y que luego objetivos, a la hora de la verdad, haya poquitos, pero ayuda a centrarse en un juego que si hubiera optado por la opción de puntos por todo de Le Havre o Caverna podría haber sido el caos.
Las cartas de oficio son un añadido que personalmente agradezco mucho: al principio te van a dar una que te da una pequeña ayuda y te guía un poquitín a la hora de empujarte en una dirección u otra (en lugar de buscar entre las 62 casillas, suele compensar centrarte en las que te dan algo más por tu oficio), y las que vas adquiriendo a lo largo de la partida no son poca ayuda, pero lo que más me gusta es que, sin llegar a resultar dominantes como en Agricola, te dan un poquito de variedad y ayudan a evitar que todas las partidas se te hagan iguales, un problema que suelen tener los juegos que te ofrecen siempre la misma situación inicial y que es el motivo por el que quizás no quiero a Ora et Labora tanto como a sus otros hermanos.
A estas alturas, y habiendo superado las 1.000 palabras de reseña, os podréis imaginar que a mí me ha encantado, y es que también es verdad que Uwe me tenía con el hola. Sí, es un juego de gestión de recursos puro y duro y no vamos a pedirle al muchacho que nos transmita con sus meeples y sus losetas de cartón las mismas sensaciones que un Blood Rage jugado mientras ponemos una lista de metal noruego en Spotify, pero ya sabíamos a lo que veníamos. Es un juego de gestión de recursos duro, pero no en cuanto a reglas, que muchas casillas y mucha variedad pero es poner quecos en el tablero central, conseguir losetas y usar las losetas para tapar tableros, pero sí en cuanto a opciones y cursos de acción, en plan cuento de la lechera de “voy a cazar un jabalí, y luego la piel la cambio por un collar, y ese collar lo uso para tapar esto y conseguir dinero, y con el dinero me compro un barco, y con el barco saqueo un pueblo y…” en el que cada cosa te hagas te va a dar algo chuli a cambio, que para pasar miserias ya está la vida. Y ver al final los tableros que has conseguido y cómo los has ido rellenando da una sensación muy satisfactoria, un “esto lo he hecho yo” que te dan ganas de poner el tablero en el frigorífico de lo bonito que ye ha quedado.

No sé qué les dan de comer a los juegos de hoy en día para que crezcan tanto.
¿Pegas? Pues claro que las va a haber, que no todo van a ser alegrías: en primer lugar tenemos el producto de las prisas, que si queremos tener algo en español al mismo tiempo que en alemán hay que correr y luego pasa lo que pasa, y es que hay algunas partes del reglamento que no están todo lo bien explicadas que deberían, por no decir que están al revés: en concreto, las reglas sobre la cosecha de principio de turno y de cómo recuperar vikingos en algunos espacios de acción, con lo que tocará descargarse fe de erratas en un futuro cercano o aprender inglés.
La segunda pega es una cuestión más logística, y probablemente lo que muchos os estaréis preguntando: ¿merece la pena este El Banquete de Odín teniendo Agricola, Le Havre o Caverna? Y lo cierto es que, si tienes un espacio limitado para juegos, yo diría que con uno de los cuatro ya vas servido: yo tengo los cuatro y tan contento, porque cada uno me da una sensación un poco distinta y qué caramba, uno tiene su cosita de coleccionista y hay ciertas cosas que, si no hay hueco para ellas, se hace, y los juegos de Rosenberg están en esa categoría para mí. Si tuviera que elegir en plan pistola en la cabeza quizá me quedaría por Agricola, que es ya parte de la familia, pero es más predilección personal que juicio de valor y diría que es cuestión de ver, entre las variaciones que cada uno ofrece, el que se adapte más a lo que te gusta sentir cuando juegas a un juego de mesa. Por suerte para mí, ese momento no ha llegado y puedo hacerle un (amplio) hueco en la estantería a un juego que se ha ganado sin duda alguna un sellaco de aprobación como una casa de grande.
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