Misa de medianoche y Kaka de Luxe

Pero qué público más tonto tengo, se oía en el escenario cuarenta años atrás. Un grito de ruptura con los estándares del show business desde el punk más gamberro que asomaba la cabeza por España después de la farándula en blanco y negro en la que había estado sumida durante tanto tiempo. Berlanga y compañía reivindicaban la libertad creativa frente a la relación clientelar más habitual en el mundo de la cultura en la que se crea por y para un público cuanto más amplio y variado, mejor.

Algo así debió pensar Mike Flanagan después de irrumpir en las pantallas con La maldición de Hill House, adaptación libérrima de la novela homónima de Shirley Jackson (tan libre, de hecho, que comparten título y poco más). De la novela solo os voy a decir que la leáis, que es corta, intensa y ayuda a comprender todo lo que vendría después de ella. De la serie, que la veáis también si no la habéis visto ya, que es junto a Midsommar una de las mejores obras de terror que se han hecho en los últimos años y que ha hecho que muchos volvamos a tener miedo a los fantasmas.

La maldición de Hill House juega con el principal miedo del ser humano: lo desconocido. Sabemos que en esa casa ocurre algo, y que hay algo en la historia de la familia protagonista que se nos oculta o, al menos, no se nos cuenta del todo. Y poco a poco vamos sabiendo más, recomponiendo el puzle, pero siempre hay una pieza que no encaja como debería, un rostro que aparece en una esquina del plano, una línea de diálogo que nos suena a algo que hemos oído antes pero no del todo. Incluso en su quinto episodio, en el que a su manera nos explican uno de esos misterios, la explicación no nos ayuda a tranquilizarnos precisamente. Quizá si hay algo que se le pueda achacar a esa serie es que su final no es todo lo impresionante que esperábamos, puede que porque las expectativas fueran demasiado altas o puede que porque ninguna historia va a superar nunca a nuestra propia imaginación.

Y entonces, Youtube. Y los blogs. Y los podcasts. Y todo el mundo explicando el final, y desvelando los secretos, y desgranando los detalles para no perdernos nada de algo que si nos gustó tanto fue porque no lo acabábamos de aprehender, porque se nos escapaba un poquito y, por tanto, nunca dejó de darnos miedo del todo. Y no tengo pruebas pero tampoco dudas de que algo hizo clic en la mente de Flanagan. Y si en La maldición de Bly Manor no se ven los resultados de ese clic del todo, probablemente por ser una historia paralela y complementaria a Hill House en sus aspectos más fundamentales (y quizá no llegar a satisfacer del todo precisamente por ello), en su última oferta, Misa de medianoche, se ve en todo su esplendor.

Flanagan se ha dicho a sí mismo: pero qué público más tonto tengo.

Misa de medianoche comienza de manera que nos recuerda a sus dos últimas series: un prólogo en el que asistimos a las consecuencias de una serie de sucesos traumáticos, un hombre acosado por el recuerdo de su pasado, y lo que podemos pensar que va a ser la fuente de los jump scares de esta oferta, para inmediatamente después cambiar el escenario y llevarnos a una pequeña comunidad pesquera, un pueblo aislado en una isla que ve cómo sus jóvenes escapan e intenta mantenerse unido, encontrar una identidad común que no sea la autocompasión, y que usa a la Iglesia (y a la iglesia) para este fin. Nos presenta a personajes al mismo tiempo icónicos y complejos: la beata Bev Keane y sus sueños frustrados de liderazgo y superioridad, el shérif Hassan y sus conflictos raciales y religiosos en una comunidad en la que se esfuerza por encajar sin perder su identidad, los jóvenes que ven llegar el momento en el que tendrán que elegir si permanecer atados a unas raíces que solo les pueden ofrecer mediocridad… Los habitantes de Crockett Island son fáciles de querer y odiar, y son el mejor atributo de la serie.

El conflicto lo introduce la llegada de un joven párroco en sustitución del anterior, un hombre ya anciano y rozando la demencia al que habían sufragado un viaje a Tierra Santa que, les cuentan, aún necesita un tiempo en un hospital del interior para recuperarse. Este joven párroco parece haber sido informado por su predecesor de las vicisitudes y particularidades de la comunidad, y pronto se pone manos a la obra en un intento de sacudirla para hacerla salir de su letargo y avanzar hacia un futuro con más esperanza. Pronto las dudas sobre las verdaderas intenciones de este sacerdote y la naturaleza de los cambios que introduce en las vidas de los parroquianos empiezan a surgir entre los habitantes menos devotos de la isla.

Y a partir de aquí todo empieza a ir cuesta abajo, porque Flanagan ha visto que su público es tonto y ha decidido que necesitamos que nos cuente muy detalladamente y hablando muy despacito todo lo que va a ocurrir y por qué. La máxima de la narrativa actual es el mostrar en lugar de contar, pero Misa de medianoche primero nos muestra y luego nos cuenta para asegurarse de que lo hemos entendido. Con una escena del shérif Hassan rezando con su hijo en casa mientras se celebra misa en la iglesia y dos comentarios y miradas ya tenemos claro cuál es su conflicto, pero de todos modos vamos a asistir a un monólogo del shérif en el que nos cuenta cómo se siente discriminado por su religión. Todo el conflicto de la serie gira en torno a la inevitabilidad de la muerte, pero por si no lo pillamos ya están los personajes para hablarnos de ello durante largos minutos, porque cuando dos antiguos novios entre los que aún salta alguna chispa se sientan en el sofá a charlar después de que una de ellos haya sufrido una pérdida, lo más normal es discutir sobre las distintas teorías acerca de la vida o ausencia de ella después de la muerte. Y aunque después con dos planos cruzados ya hayamos establecido la conexión con esa conversación en otro momento clave de la serie, van a volver a repetirla para que nos enteremos bien del mensaje, marcando como el profesor que escribe una palabra concreta de su discurso en la pizarra las partes que hacen referencia al momento narrativo concreto cuyo ritmo acabas de asesinar para hacer ese paralelismo.

Uno querría pensar que Misa de medianoche habría sido maravillosa en forma de película en la que no hubiera tiempo para esas charlas expositivas que forman la serie de siete episodios y así salvar el resto, porque personajes, trama y factura son excelentes cuando no hay nadie hablando despacito, pero por otro lado nos queda esa duda, que da pie a otra historia de horror, más amplia y más terrorífica por no tratarse esta vez de ficción: ¿y si no es una mala serie? ¿Y si el problema es, precisamente, que Misa de medianoche nos habla como nos tiene que hablar y no nos está llamando tontos sino simplemente asumiendo que lo somos y actuando en consecuencia? ¿Y si ya hemos llegado al momento de la Historia en el que solo somos capaces de pensar y sentir como nos dicen expresamente que debemos hacerlo?

Lo vemos todos los días cuando un político o influyente de turno suelta una paparrucha y esa paparrucha se convierte en guía del discurso, cuando nos movemos por likeszascas incapaces de crear diálogo, cuando nuestra única preocupación es mantenernos en nuestra trinchera y vigilar que no se nos cuele nadie que no tenga el sello de pureza del bando al que nos hemos adscrito. Cuando al volver del cine o apagar la tele vamos directos a buscar a alguien que nos explique lo que acabamos de ver. Cuando vamos directamente al final de la reseña para ver el sello, que es lo que nos interesa. Cuando escuchamos los podcasts a doble de velocidad. Cuando necesitamos que alguien nos diga que algo da miedo porque hemos perdido hasta la capacidad de asustarnos.

2 Comments on Misa de medianoche y Kaka de Luxe

  1. Como siempre, todo un deleite leerte. Agradezco el cuidado que le pones a la escritura de tu texto. ¿algún libro recomendado de redacción?

    • Muchas gracias 😊
      Supongo que lo principal, como en toda técnica (y en ningún caso voy a considerarme experto), es sobre todo una cuestión de práctica, leer y escribir mucho y pensando en ello.
      Si nos ponemos más teóricos, a mí el manual de comentario de textos clásico de Lázaro Carreter me parece un punto de partida excelente, igual que los cuadernillos de Miriam Álvarez sobre tipología textual.

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